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Chile y el mundo se ven hoy afectados por los efectos del cambio climático. En este contexto, uno de los principales problemas es la escasez de agua dulce. Para Carlos (55) este problema se ha convertido en un desafío personal y profesional que busca mitigar, aportando desde la industria desalinizadora de agua de mar.

De Santiago. Nacido y crecido aquí.

¿Qué te llevó a estudiar Ingeniería en la Universidad Católica?

Me llevó un poco el desafío de que tenía buenas notas en el colegio y me gustaban muchos campos. No solamente matemáticas y física, sino que también historia y filosofía, e ingresé a Ingeniería pensando que era lo que más iba a exigirme. En ese tiempo yo creo que la carrera más difícil, por lejos, era medicina. Pero como hijo de médico, lo menos que quería estudiar era medicina [ríe] y dentro de eso, ingeniería es un campo bien amplio que me atrajo desde el principio.

Y en la Católica, por dos razones. Una por el enfoque, que estaba más vinculado al área industrial (más que a la ciencia pura) y segundo porque en esa época la católica tenía menos paros que la Universidad de Chile, que era mi otra alternativa.

¿Cómo fueron los primeros años de la carrera?

Uff, duros. Yo entré el año 86 y en esa época entrábamos 360 estudiantes, y el primer año se iba aproximadamente un tercio. Era muy duro, sobre todo los ramos de matemáticas. Entiendo que hoy en día no es así, pero en esa época los daban profesores de la facultad de matemáticas y eran como un colador. Yo te diría que los dos primeros años fueron un poco de supervivencia o una especie de lucha de sobrevivencia contra el sistema.

Además, hay que entender el contexto de la época. Los profesores tenían mucha distancia de los alumnos. La impresión que muchos teníamos era de que los profesores de ingeniería empezaban a tomarse en serio a los alumnos a partir de tercer o cuarto año. Entonces, al principio el cariño o mística que uno tenía por la carrera, era más bien entre compañeros. Y eso creó lazos bien fuertes, que perduran hasta el día de hoy con amistades.

También participaste del Centro de Alumnos de Ingeniería (CAI)¿En qué año? ¿Con qué cargo?

Yo fui secretario general en el CAI para el 88, en una época súper complicada por el plebiscito. El ambiente estaba muy polarizado, pero, sin embargo, logramos una buena convivencia, un respeto por las ideas, las mejores semanas universitarias, y actividades de acción social. Luego seguí participando, pero en la Federación de Estudiantes de la Católica (FEUC).

¿El año siguiente?

No. O sea, el año siguiente participé de la vocalía de actividades de la Federación, organizando tocatas, seminarios, exposiciones, semana novata y universitaria, etc. Y el año 90 formé parte de la Federación, como secretario general nuevamente.

¿Qué te marcó más de tu experiencia dentro de la FEUC?

En mi caso particular, el desafío para mí era cómo hacer que nosotros, como jóvenes afortunados, pudiésemos poner nuestro empeño y nuestras habilidades al servicio de los que no tenían esos privilegios y devolverle a la sociedad parte de lo que nos había dado.

Y, por otro lado, esto que ya te había comentado, cómo lograr que los profesores bajaran como de este olimpo y pusieran los pies en la calle o en el barro, cosa que nosotros en general no veíamos. Era una comunidad muy académica, muy interesada en los papers y en Berkeley o el MIT, pero no en la Pintana o en la Victoria. Y muchos de nosotros pensábamos que los conocimientos tenían que ir a mejorar la vida de la gente más pobre de Chile.

Eso es lo que nos motivó y lo que tratamos de hacer tanto en el CAI como después siendo parte de la FEUC. Siempre aportando nuestro granito de arena, aportando en donde se podía.

Recuerdo, por ejemplo, unos trabajos de invierno en que nos tocó ir a ayudar a reconstruir a Antofagasta, luego de un aluvión. Y fue bastante increíble porque participaron más de 500 estudiantes, que inicialmente iban a ir solo a Copiapó, pero que pudimos desplegar tanto en Copiapó como en Antofagasta. Tener esa posibilidad fue súper gratificante.

¿Cómo entiendes tú hoy a la Universidad?

Lo que más me entretenía de la universidad era justamente lo universal que había allí. En esa época no era como hoy en que casi todas las carreras están en San Joaquín. Y yo tomé algunos ramos en el campus oriente, de derecho y en San Joaquín de Sociología, además de participar en muchas actividades en Lo Contador con los alumnos de diseño y arquitectura porque te daba la oportunidad de conocer gente distinta.

El llamado a los que todavía están en estudios de pregrado, es que le saquen el jugo a la vida en los campus. La universidad es mucho más que tomar materias de ramos. Hoy uno podría tomar un curso online de una universidad tan o más prestigiosa que la Católica, y a lo mejor pasar con buenas notas y tener una buena formación académica. Pero eso es una parte de lo que te entrega la universidad y me atrevería a decir que es la parte mínima. Es el desde.

Hay una parte mucho más importante que tiene relación con el intercambio de experiencias, sentimientos, pensamientos y emociones y con la capacidad de asombro que se expande y se enriquece en lo multidisciplinario.

Saliendo de esta etapa universitaria. ¿Tú sales de la carrera y qué haces?

Terminé bien contento con la carrera, y comencé a buscar pega. Era un proceso largo, pensando que no había LinkedIn, ni internet, ni ninguna de las redes sociales que hay hoy. Había que revisar el Mercurio los domingos, postular y ese proceso duraba meses, entre entrevistas y test.

Recuerdo que postulé y quedé en un trabajo que estaba relacionado con el área comercial, en la empresa DERCO, que en ese tiempo era distribuidora de Suzuki y Mazda. Ahí estuve mis primeros seis meses en el área comercial, en un ambiente muy entretenido y dinámico, pero yo tenía la inquietud de viajar, así que junté plata y me fui a mochilear por Europa seis meses.

¿Al volver seguiste trabajando en Derco?

No. Cuando estaba en Derco echaba de menos aplicar más la parte técnica de la carrera. Ocupaba mucho el tema financiero y marketing, pero no el mecánico. Y en el viaje maduré y decidí que al volver iba a ponerme a buscar otro trabajo.

Por esas cosas de la vida tuve la suerte de encontrarme con un amigo que el papá tenía una empresa en que buscaban un ingeniero que le gustara la parte comercial y también la técnica, para promocionar la venta de equipos en las grandes industrias de Chile, que eran básicamente la minería del cobre, la generación eléctrica, las compañías de celulosa y las refinerías de petróleo.

Entonces, al volver de este viaje, comencé a trabajar de inmediato y pude viajar por todo Chile. Y me tocó ver todo tipo de máquinas, las cuales había estudiado en la Universidad, pero además me tocó ir a conocer fábricas en el extranjero. Ir a las industrias líderes en USA, en Europa, en Asia, era muy entretenido y me daba cuenta que había mucho de allí que se podía traer para aplicar.

¿Cuánto tiempo estuviste en ese trabajo?

Yo estoy desde el año 93 en la misma empresa, Proyectos y Equipos. En enero voy a cumplir 30 años. Partí por supuesto como ingeniero en training, con el tiempo fui adquiriendo responsabilidades y el dueño de la empresa nos dio la oportunidad de comprar acciones, así que, con el tiempo, me quedé prácticamente con la totalidad de la empresa. En lo que ha sido una historia muy interesante y entretenida, que combina la parte técnica con la comercial.

¿Qué hacen?

Básicamente representamos a compañías extranjeras que fabrican y diseñan equipos utilizados en industrias como las que te comentaba. Por ejemplo, de Israel representamos a IDE technologies, que se especializa en la fabricación de plantas desalinizadoras de agua de mar y que en Chile ya hemos vendido 22 plantas y estamos adjudicados con 2 o 3 proyectos más. Pero también representamos a compañías de Estados Unidos en temas de compresores centrífugos para procesos, etileno amoniaco, aire comprimido, turbinas de vapor, hornos para las fundiciones de cobre, torres de refrigeración, en fin, es bien variado pero siempre relacionado con equipos mecánicos.

¿Cómo llegaste a las plantas desalinizadoras?

Surge un poco porque nosotros le vendíamos equipos a las mineras en el norte, y allá siempre tuvieron problemas de escasez importante del agua. En la década de los 80, o incluso un poco antes, se construyeron las primeras centrales termoeléctricas en el norte de Chile y todas ellas utilizaban plantas desalinizadoras.

Esto porque se necesitaba disponibilidad de agua 24/7, y las empresas sanitarias no disponían de esa certeza. Y eso a las empresas les generaba un problema, porque entre prender y apagar. Tienen inercias muy grandes. Así que comenzaron a instalar plantas desalinizadoras para abastecerse, y ahí conocí el tema.

Así tuve la suerte de conocer esta empresa israelita que era líder en la industria, con experiencias en Israel, en las islas canarias y en otras partes del mundo. A mí me apasionó esta oportunidad de llevar agua donde no la había. Porque era llevar vida, finalmente.

La Asociación Chilena de Desalinización (ACADES) de la que eres presidente, tiene un apellido oculto. Es desalinización y reúso. ¿Cuál es la relación entre estas dos prácticas?

A ver. En Chile se pierde mucha agua y es bastante absurdo que ciudades como Valparaíso estén botando al mar una cantidad importante de agua tratada, que se podría utilizar para riego en zonas como Quillota, la Ligua o Petorca, en que la gente pierde hectáreas de cultivo por no tener agua. Reúso es eso. Volver a utilizar el agua que se utilizó en el consumo humano, generalmente para fines industriales o agrícolas.

Israel, por ejemplo, que no mide más de 470 kilómetros y tiene más o menos la mitad de la población de Chile (unos 9 millones de habitantes), lo que hacen hoy es que aunque tienen algunas fuentes de agua subterránea y de río, la mayoría proviene de plantas desalinizadoras de agua de mar. Y una vez que esta es consumida por la gente, se trata y se reúsa para agricultura e industrial.

Entonces el agua de mar se convierte en agua potable, y esa agua potable se convierte en agua de reuso. Se le da una segunda vuelta al agua. Eso es total y absolutamente complementario. Además, que el agua de reuso es mucho más barata que el agua desalinizada y tiene sentido aprovechar el ciclo. Esa práctica deberíamos tratar de replicarla en Chile.

¿Basta con la desalinización y el reuso?

No. Son necesarias, pero también hay que racionalizar el consumo. No puede ser que en Chile perdamos una cantidad importante de agua por ser ineficientes en el riego, por tener canales abiertos, cuando podrían estar cerrados. Por pérdida en las tuberías. O incluso porque la usamos mal. Duchas muy largas, lavar el auto con la manguera, dejar el agua correr.

Hay una cantidad de hábitos a nivel individual que tenemos que cambiar.

Si uno toma los datos de los últimos 14 años hasta el 2021 (este año va a ser ligeramente diferente, pero no dejará de ser un año seco) en la zona central tenemos 14 años seguidos de sequía. En Santiago ha llovido menos de 150 ml promedio, cuando lo normal era que cayeran 350. 14 años seguidos con menos de la mitad es un problema que no es esporádico. Está perfilándose como permanente. Eso implica un montón de cosas que nos van a cambiar o ya nos están cambiando la vida.

¿Cómo es el panorama actual chileno en materia de desalinización? ¿Dónde estamos?

Hoy Chile es el líder en América Latina y tenemos ciudades como Tocopilla y Mejillones que hoy suministran el 100% del agua potable a la población con agua de mar desalinizada. Antofagasta, Copiapó y Caldera también utilizan desalinización. ¡Y hoy son más resilientes a la crisis hídrica que ciudades como Santiago!

Yo te diría que estamos atrasados en instalar plantas en ciudades como La Serena, Valparaíso y Viña del Mar. Son ciudades en las que si no se comienza a construir plantas desalinizadoras entre este año y el próximo, el 2026-27 van a tener racionamiento. Salvo que llueva y que llueva mucho.

Entonces imagínate una ciudad como La Serena en que la autoridad tenga que decir “señores, por política de racionamiento, los días lunes no van a funcionar las oficinas ni los colegios porque no hay baños”.

No puede ser. Por eso es que hoy estamos dando a conocer esto con mucha fuerza a la opinión pública, a través de la Asociación Chilena de Desalinización, y al mismo tiempo estamos tratando de convencer tanto a las empresas sanitarias como a la autoridad de que hay que crear un marco regulatorio que incentive esta actividad.

Por ejemplo, ciudades como Antofagasta en las que más de un 80% de la población consume agua desalinizada. Y el precio no es muy distinto de lo que se paga por el agua del río Maipo en Santiago. Hoy es algo que está al alcance. Y sin duda es la solución que vamos a necesitar.

¿Hay casos de plantas desalinizadoras que se instalarán en localidades más al sur?

Para procesos industriales sí. Hay varias, por ejemplo, las que tiene Methanex al lado de Punta Arenas. Casi todos los proyectos de hidrógeno verde, que se están planeando para la región de Magallanes, contemplan plantas desalinizadoras de agua de mar. No es entonces un tema exclusivo del norte.

En ese sentido, la suerte que tenemos hoy en día es que existen las condiciones para diseñar las desalinizadoras tomando en cuenta los aspectos ambientales. Hoy en día se pueden mitigar muchos de los riesgos, teniendo un buen conocimiento de dónde se va a instalar la planta, cuáles y cómo son las corrientes de allí, etc.

La idea no es arreglar un problema, creando otro. En eso creo que todo el enfoque que tenemos, también junto al gobierno, apunta hacia la cuenca y a que la desalinización sea una más de todas las soluciones que se proponen.

En relación con ese contexto, ¿Cómo surge la Asociación?

Mira, surge hace poco más de un año, porque en Chile no hay una normativa especial para la industria de la desalinización. Se rige con las regulaciones comunes a todas las otras industrias, a diferencia de la generación eléctrica o de las plantas sanitarias de tratamiento de agua.

Y varias empresas que trabajamos en el rubro nos dimos cuenta de que era necesario unir voluntades, conversar con las autoridades, con usuarios y con la academia, buscando desarrollar un marco regulatorio y eso se hacía mejor si estábamos trabajando juntos, a que cada uno lo hiciera por su lado.

Inicialmente partimos siendo 12 empresas y hoy ya somos casi 50 organizaciones.

¿Tienen un registro de cuántas plantas hay? ¿O un catastro de sus principales logros?

Sí. Nosotros llevamos un poco más de un año y tenemos un catastro bastante preciso de las plantas que hay en operación. Hoy en día, plantas de un tamaño mediano -unos 50 litros/segundo hacia arriba- tenemos 24 instaladas que producen más de 8.500 litros por segundo. Están entrando en operación a finales de este año/ principios del próximo otras plantas que nos van a permitir llegar a 10.000 litros por segundo. Somos el país en Latinoamérica que va a tener el mayor volumen de desalinización.

Hemos tenido una muy buena relación con el Ministerio de Obras Públicas, de Medio Ambiente, de Agricultura, de Minería, de Ciencia y también con el Senado y la Cámara de Diputados. Hemos conversado e intercambiando ideas, para tener una legislación al respecto, sobre una desalinización que priorice el consumo humano y que no excluya a los otros usuarios. Que nadie se quede marginado de la posibilidad de consumir agua desalinizada.

Y que al mismo tiempo proteja al medio ambiente. Hay un consenso en que esta es una solución urgente para desarrollar en algunas regiones. También hay consenso en que no es la única y que debe ir complementada con otras. Y que debe implementarse con rigor técnico, con participación de la comunidad y con enfoque de cuenca.

¿Enfoque de cuencas?. ¿Qué significa?

La solución no es solo que los usuarios satisfagan su consumo propio sin mirar al vecino, sino que también exista un aporte de agua a las cuencas que hoy están perjudicadas. Se hace un balance y se puede optimizar su funcionamiento desde lo económico, lo técnico y lo ambiental. Es un bonito desafío de ingeniería, con unas matrices llenas de variables.

En un río, por ejemplo el Aconcagua, el agua parte desde la cordillera y desemboca en la costa. Por lo tanto, en un contexto de sequía, quienes usan el agua desde más arriba, evidentemente van a perjudicar la disponibilidad de agua para los que están más abajo.

También pasa con los pozos de napa. Si yo saco mucha agua, el resto va a tener que cavar un pozo más hondo para poder seguir sacando agua. Entonces al final, todos los que están usando el agua de una cuenca de río o hidrográfica se relacionan, por eso la desalinización no puede estar ausente del análisis.

¿Las plantas desalinizadoras pueden satisfacer el consumo de poblaciones alejadas del mar, digamos, del interior? ¿Es viable, por ejemplo, suplir de agua desalinizada a Santiago, por poner un caso?

Totalmente. Por darte un ejemplo, hace poco estuve en la Capital de Arabia Saudita, Riad, que está a 500 kilómetros de la costa, a unos 600 metros sobre el nivel del mar. Santiago está a 100 km de la costa, a 500/600 metros sobre el nivel del mar.
Y el 100% del agua potable de Riad es desalinizada y vale casi lo mismo que en Santiago. Es técnica y económicamente factible. Ahora, en el transporte del agua, más que la distancia es la altura sobre el nivel del mar la que te pone una dificultad.

Como tenemos la cordillera de la costa, cualquier localidad que esté al interior va a tener que sortear una subida de entre 500 y 1000 metros, que conlleva un costo de bombeo y de infraestructura.

Pero no tengo ninguna duda de que en el largo plazo, es decir 10, 15 o 20 años más, ciudades del interior como Santiago van a tener plantas desalinizadoras que van a estar conectadas al suministro, no para suplir el 100% del consumo, pero sí como backup y para complementar los problemas de escasez en las fuentes tradicionales.

¿En ese sentido, a corto y mediano plazo la apuesta iría por un modelo de abastecimiento mixto?

Puede ser. Hoy, en Chile, tomamos agua desde la cordillera. Toda o casi toda. La gran mayoría de las ciudades costeras reciben el suministro desde los ríos cordilleranos. Nosotros planteamos que ese enfoque debe cambiar. Que al menos quienes están en la costa tienen que dejar de mirar hacia la cordillera y comenzar a mirar hacia el Océano Pacífico.

En relación con todo lo anterior, ¿Hay algún desafío personal o meta que tengas hoy?

Yo sueño con que algún día pueda ver que la desertificación de Chile se detiene, y que empezamos a teñir de verde desde los Vilos hacia el norte. Para eso creo que la ciencia, la tecnología, la industria y las universidades tenemos que lograr lo que ya lograron en Medio Oriente. Tener agua desalinizada a 40 centavos de dólar el metro cúbico. Hoy en Chile cuesta un poco más del doble. Y esos son precios que no son compatibles con la agricultura. La desalinización debe ser una opción, no para todos los cultivos, pero pensando en cítricos, en paltas, hay que lograr ese desarrollo. Y retomar el rol de potencia exportadora de alimentos, y cambiarle la cara a la zona centro norte de nuestro Chile.